Existe un prejuicio en nuestra sociedad que estigmatiza a todas las mujeres ambiciosas.
Está mal visto ser ambiciosa, lo que lleva a muchas mujeres a no proclamar su afán en voz alta.
Es más, el estigma tiene tan largo alcance y penetró tan hondo en nuestras mentes que ni siquiera las propias mujeres se permiten a si mismas sentir dicha ambición.
Se relaciona la aspiración al éxito con algo malo y feo, fuente de todos los problemas y herencia, si duda alguna, de nuestras raíces judeocristianas, mezclando la ambición con la culpa.
Si a estas connotaciones negativas se le añade el factor “ser mujer”, la percepción es aún peor.
Incluso se aplica el término “ambicioso/a” como un insulto: “Es una ambiciosa…”
Una mujer que quiera más éxito, dinero, reconocimiento, un mejor y más alto cargo es vista como una mujer superficial, frívola, calculadora y egoísta que sólo piensa en ella misma y en las cosas materiales. Lo cual es una visión totalmente simplista de la compleja mente humana.
Me veo obligada pues a hacer un par de aclaraciones.
Ser ambiciosa no te hace mala persona, ni mala madre, ni mala hija, ni mala esposa.
Querer, por ejemplo, que tu negocio doble en ingresos en los siguientes 12 meses no significa que descuides a tu gente o que los quieras menos o que no aspires a una vida personal plena y feliz también.
Puedes ser ambiciosa y generosa. Puedes ser ambiciosa y sensible.
Puedes y tienes el derecho de quererlo todo: dinero, carrera, una relación amorosa plena e hijos felices. A fin de cuentas, tu ambición profesional no deja de ser una faceta más de tu realización personal y, por tanto, de tu felicidad.
A estas alturas, son pocas las personas – hombres y mujeres – que creen que la felicidad te la da únicamente la familia, los hijos, los amigos o el trabajo. La felicidad viene del equilibrio de todos estos ámbitos en tu vida.
Así que no nos contemos cuentos ni queramos ser las buenas niñas que algunas personas esperan de nosotras. Es totalmente lícito querer prosperar — en todos los aspectos– y pedirle más a la vida y no por ello ser una desagradecida.
Te invito pues a que te plantees hasta qué punto te permites — agradeciendo y apreciando la abundancia que ya tienes — querer más. Ya que muchas veces, son nuestros propios pensamiento limitadores los que nos frenan e impiden alcanzar nuestros objetivos.
Y tú ¿te permites querer más?